Las cosas atípicas siempre me llamaron la atención, y no es que no me parezca lo armónico mucho mejor, pero quizá ese gusanillo de lo desconocido, de por qué no salió tenga más interés para mí que lo armónico, lo fácil. Todos tenemos ese punto raro o no tan raro que hace que nos distingamos, y quizá a mí me diferencia, entre otras muchas cosas, el escribir de amor oyendo de fondo a Loquillo y los Trogloditas (veremos qué sale...).
Cuando llega un momento en que la soltería a los treinta y tantos te parece bien, cuando sientes que tienes un equilibrio interno, cuando sientes que te faltan cosas pero que ya no corren prisa, sino que disfrutas el momento actual porque los otros ya llegarán. Cuando todo tiene su caja y su orden y da gusto pasear por el jardín. Cuando piensas que tu vida transcurre mientras que das un paseo por la playa, y aunque a veces pisas alguna que otra roca y viene una ola que no te esperas y te mojas, sigue mereciendo la pena el camino. Cuando llega ese momento que te das cuenta de que casi todo lo te ocurre es consecuencia de la forma con la que enfocas la vida, quiere decir que has avanzado mucho, pero todavía queda mucho más por recorrer y sólo quiere decir que has dado con el quid de la cuestión y los siguientes pasos son resolver todos aquellos problemas en los que siempre tenía la culpa el apuntador (el jefe, el amigo, la madre, o el padre que lo fundó).
Cuando todo cuadra o piensas que todo cuadra y te vanaglorias de ello, pues llega alguien; y es lógico, porque cuando te encuentras bien es cuando atraes, porque de pichatristes y amargados, está el mundo lleno. Y claro... comienzas a reubicar un poco las piezas, para que todas tengan su espacio. Haces otro poco de encaje de bolillos sin darle demasiada importancia, aunque por su puesto, ni comparación con lo hecho anataño. Nos volvemos más cautos, mucho más cautos y vamos con pies de plomo (o eso intentamos o pensamos que lo hacemos) pero cuando ves que todo vale, que todo sale, levantes el pie del freno y disfrutas, disfrutas, te dejas llevar, te ríes, piensas si durará y te dices, ¿por qué no? y todo va una velocidad que da un poco de vértigo pero ya no quieres parar y puedes pero no quieres, no quieres; seguro que porque al final sabes que todo tiene fecha de caducidad y quieres que por lo menos puedas decir, que me quiten lo "bailao".
Y un buen día todo frena en seco y te estampas. Las llamadas merman de una forma escandalosa, ya no se mueren por verte, comienzan las excusas baratas o caras; valoras, valoras todas y no entiendes, no entiendes. Y te esfuerzas por entender, y quieres entender porque tienes más herramientas para entender. Pero no entiendes, faltan piezas en el puzle. Y con toda esa experiencia que ya tienes, dejas que las cosas se desarrollen según su curso, pero ¿cuál es su curso? el de antes, a cien por hora, o lo actual, a paso de abuelo ¿sin rumbo? Y claro, la que ha sido peliculera, pues hace esfuerzos sobrehumanos por mantener los pies en la tierra y esperar una respuesta a esa pieza que falta. Y cambias, o por lo menos te das cuenta de que has cambiado porque ya no te lo tomas a la tremenda, ya no piensas, ¿qué he hecho mal? y si lo piensas, la respuesta es nada. Y te preguntas qué ha pasado, y no entiendes ni vas a entender porque si te pones a pensar en hipótesis, cabrían tantas de una forma directamente proporcional a las horas dedicadas a intentar discernir qué es lo que ha pasado. Qué mediana traquilidad llegar a ese estatus en el que has conseguido no enloquecer ni perder los papeles, si no que has valorado que quizá has proyectado lo que podía ser partiendo de lo que es y ha resultado que a lo mejor no tenías que haberlo hecho, quizá lo que era, era, pero no quería decir que fuera a ser más adelante.
¿Y ahora? Era, fue, sería, habría sido, hubiera sido, habrá sido, es, sea, será... No lo sé. Amor siempre se escribe con mayúsculas, pero empieza con minúsculas y la afinidad, interés, química hace que se convierta en mayúsculas, y luego hay que cuidarlo, cuidarlo todos los días porque nada es eterno. Hoy ya no.