Como no es el hombre de mi vida, no recuerdo la primera vez que la vi, pero sí puedo decir que es una amiga para toda la vida. En honor a la verdad, tengo que decir que me caía mal, bueno, no que me cayera mal, pero sí que me ponía nerviosa. Recuerdo sus constantes comentarios tontos. Y claro, alguien que dice siempre tonterías, pues qué concepto voy a tener de ella... ¡que es tonta! A pesar de estas circunstancias, había otras más poderosas, con más peso, teníamos una amiga común que contribuía a que el azar nos uniera periódicamente, con lo que a lo largo de los años seguí teniendo contacto indirecto. Y llegó un hito ajeno a su voluntad que la cambió la vida. Si normalmente algo así cambia la vida a cualquier persona, a ella más, por su vinculación profesional. Nunca se lo he dicho aunque sabe que yo no estuve allí en el apoyo inicial. No había trato directo y yo no podía aparecer de la nada porque ya estaba arropada por su entorno. Si yo sentía escalofríos al verla en una foto en el periódico, no quiero pensar en su desolación y la de su familia. El tiempo es un gran aliado, tanto de lo bueno como de lo malo, del dolor insufrible, de las lágrimas interminables, de la desolación absoluta, de la dura consciencia de que alguien no va a volver. Y se levantó un día y volvió a sonreir gracias al paso del tiempo y que hay que seguir, que la vida continúa, que la ley de vida es una puta mierda, que lo que ahí está, ahí queda y que hay que amoldarse a las nuevas circunstancias que vienen dadas por una obligación dolorosa. Y el azar juguetón de amistades comunes nos hizo coincidir un verano de hace unos pocos años en un viaje por el sur de Francia. Nos juntamos nada más y nada menos que ocho amigas. Una semana enterita en la que a pesar de lo que se pueda decir de las mujeres, no tuvimos más roces que los normales de la convivencia, y en honor a la verdad, nos amoldamos bastante y lo recuerdo como unas gratas vacaciones. Y allí me di cuenta de que sus constantes tonterías eran fruto de su timidez y de intentar ver siempre la vida en clave de humor y de que sus sentimientos rugían en su interior y los mostraba al exterior con unos códigos secretos que había que descifrar. Aquello creó un lazo interior entre las dos del que no me pude soltar. Y comenzamos una amistad directa, no muy intensa, pero sí directa. Y los segundos, los minutos, las horas, los días, los meses, los años fueron creando la tela de araña. Las llamadas eran esporádicas pero nos poníamos al día en nuestros acontecimientos particulares que eran de lo más variado. Poco a poco las llamadas fueron más regulares porque había intención y ganas de saber cómo iban evolucionado nuestras insignificantes vidas. Hasta que sin darme cuenta un día nos sabíamos nuestra vida y milagros (aquí está otra vez el tiempo haciendo de las suyas). Una parte que me une a ella es nuestra misma vena obsesiva compulsiva, que dicho sea de paso, me une con muchas más personas. Me resulta muy gracioso que me cuente cosas inverosímiles y saber lo que piensa, y no porque la conozca a la perfección, sino porque yo, en sus circunstancias, pensaría lo mismo. Claro, que buscar consejo en una obsesiva compulsiva es errar conscientemente, entonces nuestros consejos son, te entiendo perfectamente y yo haría lo que estás pensando pero el camino es X. Menos mal que dentro de nuestras paranoias, somos conocedoras de nuestras debilidades y no dejamos que se hagan poderosas, siempre que podemos... Llega otro hito en su vida, está dispuesta a embarcarse por obligaciones varias en una encrucijada que da un poco de vértigo, Afganistán. Esto sí que es una movida supertocha. Ya no le quedan años, ni meses, ni semanas, sino unos pocos días que son unas cuantas horas. Y si la vida la lleva acelerada normalmente, ahora va a velocidad de reactor. Sentimientos encontrados, obligación de hacer lo que debe, cargar con culpabilidades inexistentes, inquietud constante, peligro en el que es inevitable no pensar. Y vuelve nuestro protagonista, el tiempo y ¿qué son cuatro meses en toda una vida? nada, son migajas. Se pueden hacer eternos mientras llegan y que el paso por ellos sea interminable, pero los segundos son siempre igual, duran lo mismo, depende de nosotros, de nuestra mente. Hay que ver la experiencia positiva de vivir un gran hermano sin cámaras, de saber dónde están tus límites, de valorar más lo que tienes, de romper vínculos que te asfixian, de elegir ese camino de vocación por el que te metiste en esto, y lo más importante de todo y básico, no tener que pensar por las mañana qué te pones, ¿te has visto en otra igual durante cuatro meses? Y ya te digo, que los segundos no son eternos, que el problema es lo grande que tú lo quieras hacer, que como te vas, pues mejor sacar lo positivo, ¿no? aunque ya sé que lo vas a hacer. Y como diría mi padre si fuera yo, "¡es que todo me pasa a mí, tengo una amiga que se va a Afganistán!, ¿Quién me va a colgar ahora el teléfono?, ¿me llamarás por teléfono, no? ¿a ver a qué otra obsesiva compulsiva me busco que siempre esté dispuesta a hablar durante tres cuartos de hora por teléfono?
miércoles, 28 de febrero de 2007
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1 comentario:
¡Forellón! Aunque seas una guarrilla indeseable, yo también te voy a echar de menos!
Muchos muchos muchos besos.
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