miércoles, 28 de febrero de 2007

DESPEDIDA CORTA

Como no es el hombre de mi vida, no recuerdo la primera vez que la vi, pero sí puedo decir que es una amiga para toda la vida. En honor a la verdad, tengo que decir que me caía mal, bueno, no que me cayera mal, pero sí que me ponía nerviosa. Recuerdo sus constantes comentarios tontos. Y claro, alguien que dice siempre tonterías, pues qué concepto voy a tener de ella... ¡que es tonta! A pesar de estas circunstancias, había otras más poderosas, con más peso, teníamos una amiga común que contribuía a que el azar nos uniera periódicamente, con lo que a lo largo de los años seguí teniendo contacto indirecto.
Y llegó un hito ajeno a su voluntad que la cambió la vida. Si normalmente algo así cambia la vida a cualquier persona, a ella más, por su vinculación profesional. Nunca se lo he dicho aunque sabe que yo no estuve allí en el apoyo inicial. No había trato directo y yo no podía aparecer de la nada porque ya estaba arropada por su entorno. Si yo sentía escalofríos al verla en una foto en el periódico, no quiero pensar en su desolación y la de su familia.
El tiempo es un gran aliado, tanto de lo bueno como de lo malo, del dolor insufrible, de las lágrimas interminables, de la desolación absoluta, de la dura consciencia de que alguien no va a volver. Y se levantó un día y volvió a sonreir gracias al paso del tiempo y que hay que seguir, que la vida continúa, que la ley de vida es una puta mierda, que lo que ahí está, ahí queda y que hay que amoldarse a las nuevas circunstancias que vienen dadas por una obligación dolorosa.
Y el azar juguetón de amistades comunes nos hizo coincidir un verano de hace unos pocos años en un viaje por el sur de Francia. Nos juntamos nada más y nada menos que ocho amigas. Una semana enterita en la que a pesar de lo que se pueda decir de las mujeres, no tuvimos más roces que los normales de la convivencia, y en honor a la verdad, nos amoldamos bastante y lo recuerdo como unas gratas vacaciones. Y allí me di cuenta de que sus constantes tonterías eran fruto de su timidez y de intentar ver siempre la vida en clave de humor y de que sus sentimientos rugían en su interior y los mostraba al exterior con unos códigos secretos que había que descifrar. Aquello creó un lazo interior entre las dos del que no me pude soltar. Y comenzamos una amistad directa, no muy intensa, pero sí directa.
Y los segundos, los minutos, las horas, los días, los meses, los años fueron creando la tela de araña. Las llamadas eran esporádicas pero nos poníamos al día en nuestros acontecimientos particulares que eran de lo más variado. Poco a poco las llamadas fueron más regulares porque había intención y ganas de saber cómo iban evolucionado nuestras insignificantes vidas. Hasta que sin darme cuenta un día nos sabíamos nuestra vida y milagros (aquí está otra vez el tiempo haciendo de las suyas). Una parte que me une a ella es nuestra misma vena obsesiva compulsiva, que dicho sea de paso, me une con muchas más personas. Me resulta muy gracioso que me cuente cosas inverosímiles y saber lo que piensa, y no porque la conozca a la perfección, sino porque yo, en sus circunstancias, pensaría lo mismo. Claro, que buscar consejo en una obsesiva compulsiva es errar conscientemente, entonces nuestros consejos son, te entiendo perfectamente y yo haría lo que estás pensando pero el camino es X. Menos mal que dentro de nuestras paranoias, somos conocedoras de nuestras debilidades y no dejamos que se hagan poderosas, siempre que podemos...
Llega otro hito en su vida, está dispuesta a embarcarse por obligaciones varias en una encrucijada que da un poco de vértigo, Afganistán. Esto sí que es una movida supertocha. Ya no le quedan años, ni meses, ni semanas, sino unos pocos días que son unas cuantas horas. Y si la vida la lleva acelerada normalmente, ahora va a velocidad de reactor. Sentimientos encontrados, obligación de hacer lo que debe, cargar con culpabilidades inexistentes, inquietud constante, peligro en el que es inevitable no pensar. Y vuelve nuestro protagonista, el tiempo y ¿qué son cuatro meses en toda una vida? nada, son migajas. Se pueden hacer eternos mientras llegan y que el paso por ellos sea interminable, pero los segundos son siempre igual, duran lo mismo, depende de nosotros, de nuestra mente. Hay que ver la experiencia positiva de vivir un gran hermano sin cámaras, de saber dónde están tus límites, de valorar más lo que tienes, de romper vínculos que te asfixian, de elegir ese camino de vocación por el que te metiste en esto, y lo más importante de todo y básico, no tener que pensar por las mañana qué te pones, ¿te has visto en otra igual durante cuatro meses?
Y ya te digo, que los segundos no son eternos, que el problema es lo grande que tú lo quieras hacer, que como te vas, pues mejor sacar lo positivo, ¿no? aunque ya sé que lo vas a hacer. Y como diría mi padre si fuera yo, "¡es que todo me pasa a mí, tengo una amiga que se va a Afganistán!, ¿Quién me va a colgar ahora el teléfono?, ¿me llamarás por teléfono, no? ¿a ver a qué otra obsesiva compulsiva me busco que siempre esté dispuesta a hablar durante tres cuartos de hora por teléfono?

domingo, 18 de febrero de 2007

MI SEMANA QUE TERMINA

Ha pasado una semana más que podía haber sido una de tantas, de hecho, lo ha sido pero ha tenido sustancia buena y mala, mala y buena, al fin y al cabo, sustancia, que ya es. Hay veces que pienso, virgencita, virgencita, que me quede como estoy, pero siempre es mejor avanzar, equivocarse, aprender de los errores, seguir y seguir con la mochila de experiencias. Qué bueno es ser un libro escrito con hojas en blanco dispuestas a reflejar nuevas vivencias.

Aparentemente el martes tuve un día normal, incluso podríamos decir que mejor que la media habitual porque no estuve en la oficina. Me fui de gestiones varias fuera de Madrid, así que el día se me pasó mucho más rápido. El día anterior estaba un poco revuelta porque a mi periplo por Castilla y León iba a ir acompañada. Me gusta ir en el coche sola con la música alta, así que este requisito indispensable para mi relajación y evasión mental no se iba a cumplir. Cuando vas con un compañero de trabajo, hay que hablar. Se pueden comentar miles de cosas, y cuando la relación es cordial, la situación es más distendida. Muchas de las conversaciones que tuvimos estaban relacionadas con el trabajo, con el entorno, con nuestros compañeros. El día fue pasando entre kilómetros, lluvia, organismos públicos y una extraña calma que se vive cuando pasas un día con alguien por obligación. Mi acompañante era una de esas personas que tienen habilidades crueles, dan donde duele sigilosamente... Te intentan dejar un hematoma en el alma, y así lo hizo mandándome unos cuantos dardos envenenados: Me dio en mi cada vez menos vulnerable autoestima laboral. Y no estoy enfadada con él por su golpe bajo y rastrero, estoy enrabietada conmigo por no defenderme, por dar la callada por respuesta, por dar por buenos sus dañinos comentarios. Por desgracia no es la primera vez que lo hace y, por supuesto, no será la última.

Y llegué a casa y se me venían inconscientemente todas las perlas que me había dicho, y me iba haciendo pequeñita, y más lo pensaba y más pequeñita, hasta que me convertí en Pulgarcito y vi mi existencia como un devenir de la nada por unas horas hasta que me pusieron en mi sitio, y volví a crecer a mi estado natural. No escribiría esto si no fuera vinculante, pero no sé por qué pero no voy a volver a quedarme callada, no voy a darle ese gustazo a alguien que ataca a los demás para complacer sus miserias, sus complejos; con su ir y venir del pasado, recordando cualquier tiempo que fue mejor que este y con el consuelo de una de sus frases típicas, "paciencia y barajar", que engloba una lenta espera de cinco años para la jubilación. Está claro que al cambiar el punto de vista, este personajillo lo único que me inspira es lástima y un poco de compasión para que este periodo de tiempo se le haga todo lo breve o todo lo interminable que se merece.

Y la semana continuó sin demasiado trabajo y como consecuencia, menos ganas de trabajar. Estas situaciones son un enemigo letal para la mente, y no digamos para la mía que ya, por su propia naturaleza, está predispuesta a propiciar diarrea cerebral. Este tipo de situaciones hacen que me vuelque en las cosas más inverosímiles y que me afecten tonterías elevadas a la enésima potencia de forma incontrolada. Y llegó el momento que la tontería X se me fue de las manos y mi universo entero se centró en la redacción de unos mails sin contenido aparente y en la espera de las ansiadas respuestas. Y a tal extremo llegó mi nueva ocupación enfermiza que el viernes a las 14:30, ese momento en el que salgo de la oficina y casi se me saltan las lágrimas de alegría de pensar que no tengo que volver hasta el lunes, se vio nublado por aquella situación tediosa. Incluso estuve el viernes por la tarde del mal humor, que ni ir a dar unas bolas y comer fuera de casa consiguió que menguara mi enfado con el mundo.

Todavía el sábado por la mañana tenía resaca de malas pulgas. Buf... pero me planté, no podía dar más tregua a mi gilipollez y cambié el chip (que cosa tan sencilla y tan complicada a la vez). Y el sábado tomó el color que se merecía a pesar de vivir un febrero en economía de guerra, que dicho sea de paso, nos hizo optar por cenar en casa de una amiga. Quedamos a las nueve y media, requisito que cumplí con puntualidad enfermiza, aunque no con el margen al que las tengo acostumbradas, que los cortes de tráfico por el desfile de carnavales hizo que clavara las uñas en el volante en más de una ocasión. La cena estuvo como todas las cenas que tenemos, con conversaciones graciosas, distendidas, desenfadadas. Y luego nos fuimos a tomar algo, pero no, no voy a contar nuestras cenas y salidas porque es un tema digno de tratar aparte. Entonces, os lo contaré otro día.

Y llega el domingo con resaca marlboriana. Termina la semana y estamos a punto de comenzar otra que nos traerá nuevas situaciones a resolver, que dará casi carpetazo al feo febrero y nos pondrá mucho más cerca de marzo, de la primavera, de la Semana Santa, de los días con más luz, de la lluvia que no molesta, del despoje de la ropa de invierno, de las cañitas en las terrazas, de mis treinta y cuatro.

miércoles, 7 de febrero de 2007

LENGUAJE SECRETO

Guarra Grande, Mediana y Pequeña, Putas, tío, Gato Encerrado, Cursi, su Héroe y la Pilarica; Ballena Barada y la nueva Poyeya (dime tu D.N.I.) alias Martínez Gump; ¿has hecho esa cosa?, eso es una cosa buena, ¿ese te quiere?; incorpórame, cielo; en eneeeeero, Carita de Oro, ¡Dios Verdadero!; Guarris, Fore, Yo soy yo, porque yo lo valgo, ¿las alcachofas son de mar? ¿si? ¡pues no lo sabía!; me to me, three years old, three years old!, something like that; pa'quí pa'llá pa'to los líos, pimpampimpam; ¡concho, Carmen, que los niños quieren ver la cabalgata!; los franceses son el ombligo del mundo, lo ha heredado de mí, no me digas nada que estoy muy deprimido: ¡todo me pasa a mí!; acababa, ¡cuánta sangre me quemaréis al cabo del día!, ¡Dios mío de mi vida y de mis entretelas!, me moriré y no lo entenderé; ¡tienes brazos como tueros!; ¡qué movida más tocha!; si siempre tan cursi, nunca vas a conseguir nada; ¡pastores de este valle! ¡dejad vuestro rebaños!...; ¡plas! y se cerró la puerta, ¡ay! es que soy muy despistada, el lunes me pongo a régimen que estoy como un botijo; me bajo a mirar eso; te lo voy a explicar con manzanas (no puedo evitar el ponerlo pero siempre que me lo dice, pienso, tu puta madre, cabrón), aguárdate un poquito más, Siiiiiiiíntesis, el Orejas; ¿a quién le importa que Data se muera? ¡Soy Gordi! Mamma, has sido mala..., el rufián que intentare descifrar el contenido de este mapa, pagará su osadía con la más terrible de las muertes; pero entonces, ¿el burro es mío?; Alfre, tío... ¿por qué comes tan pronto?, acutacutacá acú acú, esta gente se querrá acostar.
Sólo mi entorno puede reír y enternecerse al leer estas expresiones; todas se han dado en circunstancias en la que nos hemos muerto de la risa, nos han hecho sentirnos mejor o que su solo recuerdo nos transporta al pasado, a personas que ya no están... Algunos son refranes privados, expresiones secretas que engloban una sabiduría especial, palabras que sustituyen a otras que son más difíciles de decir; otras nos recuerdan a personajillos porque son comentarios suyos, y tienen cabida en este entorno porque no significan lo que ellos quieren, sino lo que nosotros queremos; es un revulsivo a su ausencia de don de gentes.
Qué bueno es dar un sentido diferente a las palabras, aunque a veces se pueden crear situaciones un pelín delicadas. Recuerdo una vez que pensaba que Ana estaba hablando con Alfredo por teléfono y sin mediar palabra, me acerqué al teléfono y le dije: ¡Puta! Y resultó que estaba hablando con un compañero del máster. Se puso roja y se enfadó mucho conmigo, ¡los ojos se le salían de las órbitas!. Y es que no es para menos porque ¿cómo explicas a alguien que entre tus hermanos y tú te llamas puta? Si ya es complicado, al dar ella la explicación de que la que había dicho aquella palabra mal sonante era yo, su hermana y que se lo había dicho porque pensaba que estaba hablando con mi hermano, pero ¿cómo le haces entender que este insulto dañino para tus hermanos y para ti es unisex? Imposible. ¿Y cómo puede explicarse que esa palabra es una apelativo gracioso-cariñoso? Inadmisible también.
Llevo dos días haciendo memoria y se me olvidan muchas, estoy segura. ¿Os acordáis de más?

lunes, 5 de febrero de 2007

LLAVES INTERNAS

Mi afición por todo lo mental me viene de tiempos inmemoriales, y siempre he tenido una debilidad especial por pensar en pensar. Lo que en un principio era algo inofensivo y ayudaba a ejercitar mi mente, con los años comenzó a tener un dominio sobre mí y contribuyó a una deformación de la realidad constante que me llevaba a abismos. Pensaba que la vida estaba formada por ciclos, y yo tenía ciclos que los empezaba o los terminaba con un abismo, con lo que siempre me veía obligada a dar giros de ciento ochenta grados. No quiero decir que los problemas fueran creados por mí, sólo que no sabía tratarlos y llegaba un momento en que no los podía digerir.
Cuando llegaba a decir, no puedo más, enseguida me ponía en funcionamiento a buscar soluciones que implicaban ayuda externa. Una de ellas era siempre el psicoanálisis, pero nunca me atreví porque cuando entraba en crisis necesitaba soluciones rápidas. Estas circunstancias me han llevado a pasar por unas cuantas terapias de lo más variadas: he llorado de risa y de dolor. En su momento, todas me ayudaron, todas aportaron su granito de arena, y hacían que cuando entraba en barrena, los daños fueran menores que la vez anterior.
Hay una línea muy fina que pone a una lado tirar la toalla y al otro, seguir en aquello que merece la pena, pero no que lo merezca en sí, si no por el resultado, sus consecuencias. También es fácil tirar la toalla ante determinados hechos, pero llega un momento en que no puedes, que se te va mucho en la toalla, y es mejor arreglar el estropicio concienzudamente que no empezar de nuevo otra vez.
Y me volvió a ocurrir, en noviembre, entré en barrena. El pulso se me aceleró, mi mirada perdió brillo, no descansaba por las noches, tenía ansiedad, perdí la ilusión y me convertí en un autómata temporal con peligro a ser permanente. Pero todo tiene el lado positivo porque ¿qué pasa cuando te empieza a doler un poco la garganta? ALERTA Y PASTILLA, ya sabes las consecuencias. Pues al final las cosas son muy similares, y yo pensé ALERTA Y SOLUCIÓN. Dejé de dar rienda suelta a mi imaginación porque llegué a conclusiones tan absurdas que eran directamente proporcionales a mi estado mental de enajenación transitoria.
Y de repente, empieza la relajación, las cosas no son tan feas, ni son tan negras; si las das un poquito de color, el asunto cambia. Mis años de experiencia me calmaron y decidí no tirar la toalla mugrienta llena de chorretes de mierda porque no siempre, pero a veces, es necesario exprimir un poco más esa situación tediosa. Como diría Amalia, pimpampimpam, y se queda todo relimpio. También sabes que no es lo que quieres y que no es tan cristalino pero, desde mi punto de vista, creo que a veces hay que pasar periodos de adaptación en algunos tramos que se consideran tan necesarios como los sublimes.
Y justo en ese momento me topé con el psicoanálisis. Llegó nuestro momento. Y ahora sé que no hay recetas mágicas. Sin darme cuenta, voy descubriendo cosas que son claras, clarísimas, que la solución es tan fácil que hasta da vértigo, y pienso... no es posible que me haya complicado la existencia por semejantes tonterías. Los problemas existen, por supuesto, ¡claro que están ahí! pero no hay que adorarlos ni darlos de comer porque se hacen muy pero que muy poderosos.