miércoles, 28 de marzo de 2007

TIERRA ROJA

Después de mi ausencia debida a mi falta de inspiración y a esa sensación de hacer algo rutinario que parece que no apetece demasiado, voy a dedicar un poco de mi tiempo a la continuidad irregular de contar mis vivencias. Y tengo que decir que tampoco he estado inoperativa, pero a veces el peor crítico es uno mismo, así que tengo en el tintero varios borradores sin acabar de darles forma que no sé si algún día verán la luz.

El fin de semana pasado estuve en la tierra del vino, la Rioja. Fuimos a visitar una finca de viñedos. Claro, que a donde vas, tienes que hacer lo propio, y si encima llevas un guía que es un hombre de la tierra, que lleva toda la vida dedicándose al cultivo de la uva, la vivencia es mucho más intensa. Creo que hay que saber salir un poco de la vida de cada uno y aprender de aquellas personas que aunque no tengan tu nivel cultural, pueden enseñarte más que tú a ellos. Ya sé, ya sé, un poco de prepotencia la mía; y diría más, quizá mi nivel cultural es que sé algo más de todo de lo que viene en los libros, pero desde luego, no domino un tema como él dominaba el cultivo de la uva. Así que tengo que decir, que quizá no tenga yo un nivel cultural mejor, sino que socialmente, puede parecerlo.

Nos montamos en un todoterreno y allí que nos fuimos a surcar el horizonte montañoso de la Rioja donde estaba la finca. Cuando vives algo en primera persona, es mucho más cercano, asimilas la información con casos prácticos en décimas de segundo y te das cuenta de que el concepto de denominación de origen es algo que se lleva al pie de la letra. Se cuida todo en exceso y sorprende como en esa inmensidad de viñedos se pueda tener un control exhaustivo de hasta cuántas yemas tiene cada rama, del riego, de la temperatura, de la luz... En fin, una amalgama de requisitos que te dejan atónita y que encima se cumplen. Y todo hay que decirlo, no porque allí sea innato ese querer hacer las cosas con perfección absoluta, sino porque al querer formar parte del reconocimiento de una calidad superior, consecuencia de características propias y diferenciales, debidas al medio geográfico en el que se producen las materias primas, se elaboran los productos, y a la influencia del factor humano que participa en las mismas, te obligas a cumplir unas reglas y a aceptar que te hagan inspecciones sin avisar y a que el resultado tampoco te lo den hasta que cortas la uva y la llevas y te dicen, no señor, esto pertenece a la finca X, y usted no ha cumplido la reglamentación vigente, así que con esa uva no se hace vino de denominación de origen. No quiero ni pensar la cara que se le queda al empresario al tener que vender a precio bajo sus miles de kilos de uvas para hacer un vino guarripei. Y ahí no acaba, que tienes que entregar la factura de a quién se lo has vendido. Parece imposible salvarse...

La única pega es que el frío no nos dejó disfrutar del todo de la visita porque la temperatura era de invierno y nuestro pensamiento y atuendo era primaveral, así que bajarnos del coche era un esfuerzo que merecía la pena pero que hacía que se te quedara nariz de payaso. Una pena no poder disfrutar del color de la tierra roja cuando le diera el sol, que lo que le daba era la lluvia y la convirtió en un barrizal, en la que si andaba un poco, los zapatos se mimetizaban como si fueran un camaleón, como si se quisieran quedar ahí... ¿Sería esa la sensación de Escarlata con su tierra roja de Tara, a la que al final no pudo evitar estar arraigada? La diferencia es que yo no nací allí, y que esa tierra roja aunque me gustó mucho, no me atrapó, pero entiendo que los riojanos quieran volver a su tierra, y con ellos los que quieran compartir su vida con un logroñés.

Y como no, había que probar el resultado final de aquella elaboración. Estuvimos en la calle Laurel, en la que en cualquier bar que entraras pedías un rioja, aunque yo evitaba pedirlos por aquello de no saber cómo hacerlo. Ya sé que parece una tontería, pero era como decir de qué color era el caballo blanco de Santiago. Como madrileña, me salía solo pedir un rioja, pero en la Rioja ¿qué vas a pedir? un ribera, ¡pues no! A lo que voy: servidos a una buenísima temperatura en todos los sitios, y también, por defecto, te ponían un crianza, que todo hay que decirlo, hacía mucho.

Para terminar el viaje como hay que hacerlo cuando vas a este lugar, acabamos visitando una bodega, en la que también nos explicaron a la perfección todo el proceso de elaboración del vino, el cual no me atrevo a detallar porque como ya había estado, no presté mucha atención; me dediqué más al tema visual, a valorar más lo que la otra vez que fui no hice demasiado caso porque no era algo que a primera vista te llamara la atención. Sin duda alguna, siempre hay que volver a los sitios que sólo has ido una vez. Y por supuesto, tenéis una visita obligada.

viernes, 9 de marzo de 2007

MI OMBLIGO Y YO

Nadie se daría cuenta si no lo digo, pero no estoy delante del ordenador, estoy escribiendo en un cuaderno. Acabo de entrar en un bar porque tengo una hora y media muerta y me ha parecido una buena ocasión para escribir. El camarero en menos de cinco minutos me ha llamado dos veces señora; ¡manda huevos!, he pensado, ¿tú, de qué vas? El caso es que ya no es un hecho aislado; la primera y hasta este momento, única vez fue hace cuatro años, así que voy a tener que ir asumiendo que para algunas personas ya voy haciéndome mayor. Debo ser adulta.

He salido hace un rato de la psicoanalista. La sensación que tengo la hora siguiente a la que termino mi sesión es como si hubiera hecho los once minutos de prueba de resistencia y rapidez que hacía en gimnasia en el instituto, pero en vez de con mi cuerpo, con mi cerebro, y en vez de once minutos, treinta con repercusión de otros sesenta, y una vez asimilado, posible comprensión de mi esencia. No puedo hacer nada más que pensar en mis descubrimientos personales y me deja agotada, exhausta. He sido incapaz de ponerme a escuchar música, de encender el móvil o de meterme en el coche. Mis pies me han llevado a sentarme en el banco de un parque y ahí he intentado llegar a una conclusión acerca de mis descubrimientos. Sólo quería pensar lo que había sacado de la sesión y tirar del hilo conductor, ¡qué trabajo tan complicado! Y más, si se dan circunstancias ajenas que te influyen: He tenido unas cuantas palomas revoloteando a mi alrededor y en el banco de al lado se ha sentado un hombre de mediana edad con una cerveza de lata de medio litro que hablaba solo en un tono de voz alto; y además al poco tiempo, se ha sentado en otro banco una mujer un poco mayor que yo; parecía inquieta y triste. Me he fumado un cigarro y he intentado que estas interferencias no influyeran en mi cerebro, en mis pensamientos, así que he decidido apuntar las frases que se me venían a la cabeza: ¿por qué pregunto cosas que no quiero preguntar?, ¿pregunto lo que me gustaría que me preguntaran?, ¿hago comentarios desagradables al que considero que no sabe? PIENSO, PIENSO, pero las interrupciones del parque me han hecho perder el hilo conductor; no he tenido salida porque si me ponía a andar, también lo podía perder, así que he intentado abstraerme de mi entorno. Creo que pregunto lo que me gustaría que me preguntaran pero son cuestiones que a lo mejor no interesan a mi interlocutor porque están codificadas. Es un código interno y secreto imposible de descifrar: ¡quiero un jodido novio! He tenido sucedáneos, pero con el tiempo me he dado cuenta de que eran híbridos, que no contenían los ingredientes esenciales. Parece que no hay novios a la carta, y si los hay, por ahora, esa vía no me interesa. Es una necesidad imperiosa de encontrar mi alma gemela. ¿Dónde estará?

El de la cerveza me tenía harta y la mujer ya se fue. Yo me fui también. Tenía que seguir. Pasé por una iglesia. Había una boda. Vi a la novia a lo lejos. Debía estar feliz. ¡Cómo nos arreglamos para las bodas! ¡Por favor! qué ridículo queda, y no digamos ver a uno vestido de pingüino poniendo el ticket de la hora. Seguí caminando. Tres adolescentes con bolsas de plástico que dejaban ver una coca cola de dos litros y una botella de ballantines. Es que es viernes. Seguí andando. Más pingüinos. Claro, mejor pingüinos que ellas... ¡Dios verdadero! Atravesé Recoletos y llegué al coche. Puse la radio pero no la escuché. Llegué a mi destino. Metí el coche en otro parking. Vuelvo al comienzo. Estoy en el bar sentada en un taburete mirando por la ventana la gente pasar. El día está oscureciendo. Han pasado tres cuartos de hora, así que me queda este mismo tiempo para mi cita. Juan Rulfo, Pedro Páramo: El fluir de conciencia, mi mente.

Después de tanta profundidad, espero el momento para hacer una cosa trivial, mi segunda sesión de depilación láser, que por cierto, duele un huevo. Más interferencias: hay dos discutiendo. Llega el silencio otra vez. Regreso al mundo de nuevo: Enciendo el móvil. Conecto el ipod. Suena "where is the love?". ¿Será una señal? Me gusta la melodía. Me da vitalidad. Es mi canción de Malta. Pues seguiremos, ¿no?