viernes, 27 de julio de 2007

PUNTOS DE INFLEXIÓN INVISIBLES

Cuando era pequeña nunca entendí esas cosas que hablaban los mayores conmigo como si fuera adulta. Quizá me metía de soslayo en conversaciones que no me correspondían y me convertía en testigo de piedra, y en un momento dado, alguno hacía alusión a mi insignificante existencia en esa conversación diciendo, ya lo entenderás cuando seas mayor, y realmente la frase tenía su aquel porque en ese momento yo no entendía ni jota, así que me tuve que conformar con el futuro y con esa promesa de que lo entendería cuando fuera mayor. Tampoco me quitó el sueño esa incógnita por despejar a lo largo de los años, pero poco a poco fue viendo la luz aquella "X". No me extraña que no me lo quisieran explicar, si es que al final los niños tiene que hacer cosas de niños y cuando sean mayores, harán cosas de mayores.

Otro hecho que se me quedó grabado a fuego fue una conversación que mantuve en mi niñez con un adulto. No sé en qué traería causa ni a dónde nos llevó, pero me dijo, "a ver si te vas a creer que yo siempre he tenido esta edad, que yo también he sido niña". Buf... El comentario me dejó huella y lo sigo recordando. Ahí fui consciente de que yo no era el centro del universo, que mi vida era mi eje, pero que antes hubo más, y que las fotos en blanco y negro plasmaron una realidad, la vida de otras personas en las que yo no formé parte en aquel entonces. No lo descubrí en aquel momento, pero ahora sé que a partir de ese momento vi la vida desde otra perspectiva, aunque siguiera siendo una niña, quizá fui algo menos repipi.

Con los años y poco a poco he ido dando cuenta de aquellas conversaciones y encontrándolas un sentido arrollador, y cuanto más tiempo pasa, más cristalina es la respuesta. Ellos, todos los adultos, se referían a la experiencia, y aunque seguro que en algún momento lo dijeron, jamás hubiéramos alcanzado a entenderlo. Claro, que es normal, que nuestra experiencia era saber cómo te sentías después de haber dado cuatro carreras, el asco que te producía comer puré de verduras, el coñazo que suponía ducharte cuando lo divertido era bañarte con todos los juguetes y el enfado que te cogías cuando llegaba el buen tiempo y te tenías que meter en la cama cuando todavía era de día. Esas vivencias eran las únicas que podías extrapolar, y eran tan insignificantes, que lo mejor que podías pensar era que ya te querías hacer mayor, o mucho más fácil, reivindicar que ya eras mayor.

Sin darte cuenta las piezas se van engranando y cada vez tienes una visión más amplia de muchos temas, de la vida. Empiezas a tener capacidad para comparar las situaciones, para rectificar errores, para disfrutar más de todo lo que te rodea. Puedes mirar hacia atrás y acordarte de lo que hiciste hace una año, dos... cinco... nueve... veinte...

Y llega el ansiado fin de semana y el objetivo es muy distinto al de hace diez años. De primeras, el viernes no se es persona. La paliza de toda la semana hace que llegues a casa y sólo pienses en descansar. La opción de salir se da pero hay pocas fuerzas, con lo que si el plan no es muy llamativo, la estancia en el hogar gana muchos puntos, por no decir que parte con una clarísima ventaja todos los santos viernes.

El sábado ya es otra cosa. Se aprovecha más. Hay que añadir que el concepto de fin de semana ha variado bastante. La fiebre del sábado noche se da una vez entre muchas (mentiría si dijera entre un millón), y el caballo ganador es cenar en un buen restaurante y a lo sumo disfrutar del sabor agrio de un gintonic de sobremesa.

Quedó a años luz el Vips, el Gino's y hace tiempo que dimos la bienvenida a los buenos vinos, el saborear un plato nuevo con una buena compañía. ¿Alguien con treinta y tantos lo cambiaría por un bar de copas de música alta y una probabilidad imperiosa de garrafón?

Si el modus operandi es muy diferente, no digamos las conversaciones, pero eso es otra historia.

Disfrutemos del fin de semana entonces...

domingo, 15 de julio de 2007

LA IMPOSTORA AUTORIZADA

Un fin de semana en la playa reconforta al más "pintao". Y yo, no voy a ser menos. He disfrutado con mis amigas de dos días viendo el mar y dedicándome a otros quehaceres ociosos.

Estos días de relax cerca del mar eran debidos a la despedida de la forense chiclanera, ya exforense de este municipio, que esta semana que entra pertenece a Toledo y vivirá en los Madriles. Para allá fuimos cinco a su despedida modalidad barbacoa, que aunque nosotras no teníamos que despedirla si no recibirla, nos unimos a la fiesta. Pero hay que decir que es complicado recibir a alguien que nunca se ha ido.

La barbacoa fue ayer, y en teoría era la única protagonista, como tantas veces lo fue antaño, pero un premio le robó parte de su noche estrella, o por lo menos para dos de nosotras. A las diez teníamos cita en Conil. Íbamos a recoger un premio al mejor corto de animación en nombre de Nico.

Algunos de vosotros sabréis que Nico ganó un Goya el año pasado con su corto "Tadeo Jones". Qué ilusión me hizo. Fue una sorpresa muy grata. Cuando lo vi con el premio no me lo podía creer. En ese momento me pasó por la cabeza todos los años, momentos y amistades que teníamos en común. Y un poco de pena por haber perdido el contacto, pero es un contacto que aunque parezca perdido, no es así, es como montar en bicicleta, nunca se olvida. Por supuesto que mi llamada de enhorabuena fue una de las miles que recibió. Quedamos cuando pasó un poco el "efecto Goya" y hablamos de mantener un contacto más asiduo, pero no ha sido así. Tampoco me preocupa aunque me gustaría hacerlo. Forma parte de un grupo de amigos a los que veo menos que de año en año. Él, junto con Fernando, Miguel, Guillermo y Antonio (gracias) forman parte de mi pasado, aunque siempre vuelven a aparecer. Nuestra relación es de bicicleta. Y la verdad es que si no puede ser de otra forma porque nuestras vidas juegan a no cruzarse, estoy contenta de tenerlos como "amigos bicicleta".

Si Tadeo Jones fue un éxito y le abrió muchas puertas que espero no se hayan cerrado, Tadeo Jones II no puede ser menos. Y el fruto parece que empieza a florecer. Nico tenía que recoger un premio en Alicante y otro en Conil. Obvio es que no se podía dividir, con lo que una conexión de llamadas y casualidades me hizo ser la embajadora de Tadeo Jones II en Conil.

Llegamos sobre las diez menos cuarto y estuvimos haciendo tiempo. El evento empezó sobre las diez y cuarto. Era al aire libre en el centro del pueblo y aunque Conil era un hormiguero de gente que rebosaba vacaciones, el aforo no era multitudinario. Hablamos con los responsables del festival y nos sentamos en las sillas de los premiados. Todo estaba montado como un cine de verano, y tenía su gracia, aunque lejos... lejos de los Goya, pero a mí me daba igual, que ya sé que nunca me va a pedir que recoja un Goya en su nombre, así que aunque fuera su premio, era mi momento.

Empezaron a dar los premios y Pavón estaba preparada con la cámara para inmortalizar el momento. Y llegó el punto álgido para Tadeo y para mí. Dijeron que el premio para el mejor corto de animación era para Tadeo Jones II y que recogía el premio María Negri. Y allí que subí al estrado. Di dos besos a la concejala de turno que me dio una réplica de una torre que hay en Conil (soy lo peor... no me acuerdo del nombre). Y me encontré delante de un micrófono hablando para un grupo de desconocidos. Repetí con mis palabras lo que Nico me había dicho y añadí alguna comentario de mi cosecha: di las gracias en su nombre y en los de las otras siete personas que había hecho posible el corto, en el que habían invertido catorce meses y habían sido capaces de hacerlo a pesar del bajo presupuesto porque el motor había sido la ilusión. Lo que dije como embajadora fue informar o recordar a los asistentes que Tadeo Jones había ganado un Goya y que esperaba que la segunda parte llegara más lejos. Quizá tenía que haber dicho que era "amigo bicicleta", pero habría sido un poco largo explicarlo y me habría desviado del protagonista, el corto.

Qué tonta que me puse un poco nerviosa, pero disfruté. Bajé de los altares y nos pusimos a ver las fotos, que si hubieran salido, habría colgado en esta entrada, pero un fallo de flash nos impidió inmortalizar aquel momento.

Los años pasan y es muy grato ver que los sueños de Nico se han hecho realidad. Enhorabuena y gracias por haberme dejado compartirlo contigo.

jueves, 12 de julio de 2007

A2-AEROPUERTO

Es inevitable relacionar situaciones y personas con buenas y malas sensaciones. ¿Y con qué puedo relacionar una carretera? Con viajar. Y si encima es la A2, no me queda otra que se me venga a la mente viajar lejos, lejos de verdad.

Hasta hace tres semanas, cuando cogía la A2 era un sentimiento embriagador. La A2 era viaje de placer, era desconectar, era cambiar el chip, era reír, era fantástico. Y qué curioso que una carretera con tantas connotaciones positivas sea la que me lleve ahora al trabajo.

Todos los días veo aviones. Qué tontería que me impresione algo así, parece de niño pequeño, y es inevitable que se venga la típica imagen de un adulto señalando a un avión y un pequeño retoño con la boca abierta. Pero esos aviones son diminutos y se ven a la lejanía. Yo hablo de aviones que se ven cerca, que despegan o aterrizan. Esa inmensa amalgama de metal que consigue volar. Y no puedo evitar mirarlos y pensar de dónde vendrán o a dónde irán. Todos los días los veo y me gusta, me encanta. Un nuevo trabajo, un nuevo camino.

Claro, que la A2 también tiene sus cosillas, que los aviones van por el cielo, pero los coches van por la carretera y los atascos son infernales. Ilusa de mí, que pensaba que iba a ir en contra del tráfico, y en teoría así es, pero parece ser que somos muchos los que trabajamos en polígonos industriales antes de llegar a Guadalajara. Menos mal que tengo la R2.

¿Y las connotaciones de un polígono industrial en Guadalajara? Negativas, pero hay que aceptar los cambios, que muchas veces tenemos prejuicios tontos. Mucho mejor un polígono industrial a medio construir nada glamouroso que estar en el centro financiero de mis Madriles en un sitio que es un caspón.

Por aquello de empezar con buen pie y manteniendo un espacio privado, desayuno todos los días en una cafetería un poco alejada de mi trabajo, pero dentro del polígono. Está al lado de un taller de coches, bueno, ese es mi concepto, pero me da la sensación de que sólo cambian ruedas. El taller es bastante grande, e incluso tiene un acceso directo a la cafetería, por lo que hay un trato muy directo y el señor de la barra parece uno más, pero en vez de cambiar ruedas, pone cafés.

La primera vez que entré fue el día que fui a la entrevista (necesitaba matar una hora con cafés, pitis y chicles para disimular). La vez siguiente fue para la segunda entrevista e hice la misma operación. La tercera vez fue mi primer día de trabajo, que por miedo a llegar tarde, como no, llegué excesivamente pronto e hice lo propio otra vez. La cuarta, quinta... decidí hacerlo por el buen resultado obtenido. ¿Y por qué no? Será mi bar.

El perfil que acude a mi bar secreto es bastante peculiar. Nada más lejano que el "cutreyupi" que nos podemos encontrar en Castellana, pero también tienen su aquel. Son hombres curtidos, curtidos, eso, en el término más amplio de la palabra. Muchos funcionan con carajillo a las ocho de la mañana, y no sé por qué, pero la verdad es que no me sorprende.

Al cuarto día que llegué, di los buenos días, y sin mediar más palabras con mi interlocutor, me puso un café con leche y un vaso de agua, y desde entones, son las únicas palabras que intercambio con él, junto con las gracias y el hasta luego del final, que el precio es un euro y tampoco se lo pregunto. Se llama Cipri. Es un hombre que me recuerda a Alfredo Landa pero con gafas. Tiene cara de buena persona y me imagino que con más cafés y más días, sabré más de él.

Esta semana he llegado antes, sobre las ocho menos diez. A esa hora el bar está petado de hombres con edades diferentes, hasta hay un niño (debe ser el hijo de la cocinera que ha terminado el cole... se aburre bastante). Todos dispuestos a que den las ocho para ver los encierros, y claro, yo, con ellos. Inconscientemente, formamos un equipo; todos pendientes de la tele, aunque yo miro de refilón la tele por no montar un numerito si pilla un toro a alguien, que para eso soy muy exagerada y no me puedo controlar. Joder! Que grito y no lo puedo evitar, pero claro, tengo que mantener la compostura.

Soy diferente, pero cada vez me observan menos. Tenemos algo en común, desayunamos todos los días en el mismo sitio.

Terminado mi café, mi vaso de agua y mis dos pitis (a veces intento que sea uno, pero no lo suelo conseguir), me dirijo a la oficina, una nave de dos plantas. Comienza mi día. Uno más de muchos.