sábado, 16 de junio de 2007

YA.

Tantos olvidos después de tantos viajes ha hecho que mi madre sólo me pida que cuando llegue al destino que sea, por favor, le ponga "ya" en un mensaje, porque significa que he llegado y que todo está bien. Para mí es un esfuerzo mínimo y para ella es una información muy válida que hace que se quede tranquila, con lo que intento tenerlo en mente y mandarlo cuando llego, aunque no siempre lo consigo.

Pero de casta le viene al galgo, porque era una palabra que usaba mucho mi abuela. "Ya", dependiendo de cada contexto podía referirse a cualquier cosa, pero el denominador común era que algo se había realizado, que había finalizado.

Llevo tiempo queriendo decir "ya", pero parecía que nunca llegaba el momento. Quería cambiar de trabajo pero yo pensaba que todos los astros estaban en mi contra, y cuanto más lo deseaba, más inalcanzable me parecía. Era una pesadilla en la que corría por un pasillo estrecho y oscuro que nunca tenía fin, era como si estuviera encima de una cinta en marcha y las paredes no se movieran, por lo que la distancia siempre era la misma; a veces veía luz al final pero a veces no, a veces me cansaba y me sentaba, a veces me enfadaba con el universo entero y maldecía mi situación, a veces me daba igual la luz, a veces me daba miedo la luz. Cinco años de "a veces" casi acaban conmigo, pero si hay algo de lo que, medianamente, pueda presumir, es de mi constancia, y aunque perdí el aliento en muchas ocasiones, casi siempre mantuve el rumbo fijo.

Esta carrera de fondo se ha hecho más intensa, más dinámica y más factible en este último año porque he conseguido mirar el lado positivo de cada entrevista en la que yo sabía que no me iban a volver a llamar porque no cumplía el perfil que buscaban, porque me salía algún comentario por la boca que no sabía de dónde provenía, porque no veía claro el trabajo a desempeñar, porque la empresa no me gustaba. Toda experiencia es válida para cualquier cosa, y en las entrevistas conseguí aprender a saber decir lo que mi interlocutor quería escuchar sin dejar de ser yo.

Hace ya ocho días que lo sé. Siempre pensé que llegado este momento iba a hacerlo tan público y tan notorio que casi pondría un anuncio en el periódico. Que enloquecería y llamaría y se lo contaría a todo el mundo. Pero no ha sido así. Me imagino que era algo que esperaba y sabía que antes o después ocurriría, aunque no me voy a hacer tampoco mucho la durita, que el fin de semana pasado me lo pasé flotando por mi casa y por la calle. También pensé que haría un corte de mangas a toda la gente de la oficina, pero qué curioso, cuando las cosas se ven con otra perspectiva, cuando ya sabes que tu sitio no está ahí, ya no te importa nada, incluso te da un poco de pena dejar las costumbres de cinco años.

Voy a echar de menos muchísimas personas y situaciones pero me adaptaré al cambio. Quizá ahora ellos sean conscientes de lo que han perdido porque mi hueco se queda y aunque acaben poniendo alguien en mi puesto, mi ausencia seguirá ahí, porque el trabajo puede hacerlo otra persona peor o mejor pero las personas somos irreemplazables. También es cierto que a todo se acostumbra uno y que si se superan la pérdida de los seres queridos, ellos no van a estar en la oficina cual plañideras, pero no me refiero a eso, hablo de los recuerdos. Sé que tendrán buenos recuerdos. Y los míos no son todos buenos, pero están canalizados en la realización de aspectos positivos. La perspectiva, la perspectiva... me hace no ser capaz de plasmar estos cinco años de con etapas de sufrimiento, de lágrimas, de noches sin dormir, de ataques de ansiedad, de sentir que me faltaba el aire, de mi autoestima destrozada, de la incomprensión de mis superiores, de la guerra psicológica de la que formé parte. Pero ya no maldigo a nadie. Quizá hubiera sido más cómodo estar entre algodones y eso, estoy segura que me habría llevado a asentarme y a valorar más la posición adquirida que mi carrera profesional. Con lo que no es que esté contenta de todo lo que he vivido, pero ya que está, pues vamos a aprovecharlo.

Las liebres son liebres... y las tortugas, tortugas. Yo siempre había querido ser liebre pero he aceptado que soy tortuga. Y la clave es no pensar que es una limitación, si no que es valorar que todos somos diferentes y que todo tiene su lado positivo, que no vale la pena vivir comparándote con el de al lado, que hay que disfrutar lo que te da la vida y lo que le ganas a la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hace unos pocos meses viví una situación similar. Muy similar... Intenté ponerle palabras muchas veces y, creo, que nunca lo conseguí. Hoy, leyendo tu post, las he encontrado y me han ayudado a eliminar una gran dosis del veneno acumulado.
Gracias