martes, 29 de mayo de 2007

ALGUNAS DE NOSOTRAS Y LONDRES DE ESCENARIO

Cumplir años siempre es bueno. Es un día especial obligado y a mí me encanta. No sé si llegará el día en el que oculte mis años, pero por ahora no me importa nada.

Y qué mejor forma de hacer un día especial más único haciendo algo diferente. Me fui a pasar el fin de semana a Londres con unas amigas. Parecía que la protagonista iba a ser la ciudad, con sus calles, su Támesis, su Big Ben, su lluvia, sus torres, su Buckingham Palace, su guardia real, su underground, sus pounds, sus autobuses, sus cabinas de teléfono, su Hyde Park, su Lady Di...; pero no, los personajes centrales de esta historia somos nosotras.

Viaje organizado tiempo atrás por cuatro amigas y yo, al que se unieron la hermana de una de ellas con otra amiga. Total, siete en London.

Cuatro de nosotras llegamos el viernes por la noche, y ya apuntábamos maneras... Resulta que íbamos advertidas de que en el avión se podía comprar el ticket del tren exprés que nos llevaría al centro de la ciudad, y desde allí podernos mover en metro, pero como estábamos un poco enarboladas, pues ni nos enteramos cuando pasaron las azafatas vendiéndolos. Todo hay que decir que no fue demasiado trastorno el comprarlos luego en taquilla, lo que ya sí que marcó el inicio de nuestro pasar por la vida de despistadas fue el pagar un billete exprés y montarnos en un tren que hacía paradas. Y a pesar de que sabíamos que iba directo (por lo menos yo) y ver que paraba, tampoco le dimos demasiada importancia; realmente estábamos un poco inquietas porque el sitio donde nos sentamos ponía first class, y sabíamos que cuando llegara el revisor, nos iba a echar. Y la sorpresa nos la llevamos, sí, pero cuando nos enteramos de que habíamos pagado por exprés e íbamos en uno normalito. Pero lo peor fue cuando al salir, en vez de apiadarse de nuestra ignorancia y dejarnos olvidar aquel episodio tonto, nos dijeron que para salir teníamos que comprar el barato y luego intentar que nos devolvieran el exprés. Total, que sin haber hecho absolutamente nada ya nos habíamos gastado más de cincuenta euros.

El sábado nos levantamos prontito, aunque no conseguimos arrancar a una hora proporcional a nuestras intenciones por problemas varios que ralentizaron todo. Decidí no mirar la hora porque sabía que cada minuto perdido se me iba a clavar en mi mente a fuego y luego podría tener repercusiones negativas en mi actitud. El caso es que es algo que normalmente no puedo controlar, pero sí que pude, así que fue muy bienvenido por mi parte, claro, que el resto no sé si se dio cuenta.

Otra cosa que me sorprendió es que pasamos al lado de Big Ben, que me hacía mucha ilusión ver, ¡y no me di cuenta! ¿En qué estaría yo pensando? ¡No lo sé! Menos mal que fue en un espacio breve de tiempo cuando volví a enfatizar sobre mi interés y fue cuando me dijeron, ¿estás de coña? ¡Si lo hemos visto hace un rato! ¡Y hasta habían hecho fotos!

Nos acercamos al Buckingham Palace y ya nos fuimos de compras después de comer algo. Oxford Street tampoco era especialmente llamativa, era como una Gran Vía pero con menos encanto. A ellas les parecía lo mismo hasta que pasamos por Boots. Tengo que decir que enloquecieron, pero de verdad, aunque fuera transitoriamente. Es una cadena de cosméticos o algo así. Vivimos una situación en el que yo fui consciente de aquella nube a la que se subieron. En su retina, en vez de aparecer el símbolo del dólar como en los dibujos animados, eran cremas lo que tenían, cremas y más cremas. Yo me dediqué a entrar y salir para hacer tiempo. Y cada vez que volvía a entrar, tenían más cremas entre sus manos: una limpiadora, hidratante de día, de noche, contorno de ojos y mil cosas que desconozco. Cuando parecía que estaba todo más o menos claro, se dieron cuenta que había un 3 por 2, así que se pusieron a estructurar sus cremas otra vez. Agotador, agotador... Más de una hora dentro de Boots. Aquello me pareció increíble. Pero más increíble era la raíz del interés por esa cadena de tiendas. Resulta que había una crema milagrosa que era la que iban buscando pero estaba agotada. Por lo visto, la reponían por la mañana y se acababa en un abrir y cerrar de ojos.

Parecía que el episodio "cremil" había finalizado, pero no, pasamos por otra tienda de la misma cadena y ahí fue Belén de avanzadilla para ver si había el producto milagroso. Salió con tensión en la cara y los ojos bien abiertos y dijo: Nos venden una para cada una. Y a mí, que me dan igual esas cosas, pensé, bueno, la compraré, si es milagrosa... El caso es que cuando llegamos ya no quedaban para todas. Sólo había dos, una se la quedó directamente la que conocía aquel mejunje y la otra se sorteó. Me salí fuera y no me enteré muy bien de aquello, y cuando volví me habían excluido del sorteo, pero me quedé con el premio de consolación, una muestra de la crema milagrosa con un pack de productos de belleza que creo que voy a devolver porque no lo valoro y la que me lo cedió, sí.

El diluvio universal nos llevó en el Covert Garden, y como pasó en el Boots, aquí había una tienda en la que yo me sumé a la enajenación. A mí las cremas me dan igual, pero los cosas que no sirven para nada de colores llamativos, me vuelven loca. Hombre, que no sirvan para nada es una exageración, me refiero a que son cosas que no necesito, como por ejemplo un bolso de charol con forma de regadera, un mechero con forma de pez y un cenicero de colores.

Con esto, había entrado al club de las compradoras compulsivas. Y no es que me tuvieran que dar la bienvenida ni nada por el estilo. Todas sabíamos que era cuestión de tiempo el que yo comprara... Tiempo... Tiempo... Cuánto implica.

Por la noche quedamos a cenar con oriundos del lugar, pero no me voy a poner a explicar la conexión, que la había. Los ingleses son de otra pasta, pero si nos ponemos a pensar, cada país tiene su cultura y siempre choca ver cosas diferentes. Es gente correcta elevado a la enésima potencia, son extremadamente educados; pero a parte de sus formas, allí es muy importante el acento. Es algo que aquí no tomamos en cuenta excepto para distinguir de qué zona de España es una persona, aunque tengo que decir que si el acento es muy cerrado, sí que puede demostrar una clase cultural más baja. Allí, el acento inglés perfecto quiere decir educación exquisita en colegio de pago.

La noche no dio mucho más, que el cuerpo no es de goma, y diecisiete horas de turista militante no es fácil de aguantar ni para nosotras, ni aunque nos hubieran puesto más tiendas de cremas, de accesorios y de ropa, creo que no habríamos podido... pero no estoy muy segura.

El domingo era nuestro último día, así que nos fuimos a Spitafield Market a gastar más pounds, y la verdad es que para eso tenemos buena habilidad. Allí nos mimetizamos de tal forma que a todas nos gustaban las mismas cosas, y acabamos comprando casi todo igual.

Y a partir de ahí, creo que las compras nos absorbieron la inteligencia de la que presumimos como mujeres del siglo XXI que somos. Decidimos qué hacer hasta la hora que salía nuestro vuelo y calculamos el tiempo que tardaríamos en llegar al aeropuerto y el que debíamos permanecer allí. Quedábamos cuatro, las cuatro que habíamos venido en el mismo vuelo, las cuatro del billete exprés. No sé muy bien qué pasó pero nuestros cálculos fueron nefastos. Y vale que una se despiste, dos... tres... pero las cuatro!!!! Y oye, que nada, y nada "renada"! Nuestro planning fue realmente lamentable.

Comimos algo rápido y decidimos ir al Soho. Por supuesto, no sin antes entrar en alguna tienda. Ya en este punto éramos más conscientes de que no nos podíamos eternizar en ellas, pero aún así, hicimos más de una parada técnica con sus correspondientes compras. Acabamos tomándonos un café en un starbucks que encima tampoco nos apetecía especialmente. Salimos y yo decidí comprar una bolsa que ya se habían comprado Milita y Laurix. Pregunté que si teníamos tiempo (la verdad es que podía haber hecho la pertinente comprobación, pero creo que inconscientemente me resultaba más cómodo hacer una pregunta retórica).

De vuelta al hotel para coger las maletas nos empezamos a dar cuenta por un momento de lucidez de Laurix de que íbamos a perder el avión. Pero yo, la verdad, es que todavía no lo veía claro, aunque no tardamos mucho en ver la nitidez con la que apuntaba nuestro inminente desastre de organización. A pesar de la tensión, estuvimos decidiendo a qué ciudad europea iríamos a hacer nuestras próximas compras y de paso, hacer un poquito de turismo (jijijijijiji). Barajamos Edimburgo, Amsterdam o Roma para el otoño.

Ya en el tren que nos llevaba a Gatwick no nos salían las cuentas "minuteras" ni a tiros. El cuarto de hora que tardó en salir nuestro tren exprés fue letal para nosotros y el tiempo de retraso que este vehículo tiene los domingos parecía haber rematado la faena. Aún así corrimos, corrimos con bolsas, maletas y risa nerviosa entre la gente hasta que llegamos a los mostradores de easyjet. Y dentro de nuestra desesperación, todavía tuvimos tiempo de buscar un mostrador en el que estuviera un hombre, por aquello de que nos parecía más fácil que pasara por alto nuestro retraso. Nos salió el tiro por la culata. Nos dijo: the flight is closed. No nos dimos por vencidas, y cambiamos de mostrador y de táctica, nos pusimos como una mujer que resultó estar un poco empanada y nos dio falsas esperanzas para luego decirnos lo mismo. Lo volvimos a intentar por tercera vez, por aquello de confiar en el refrán que para nuestra desgracia, no se cumplió.

Se nos acabaron las risas y empezamos a vislumbrar la dimensión de nuestra cagada. Durante dos horas o más, estuvimos debatiendo qué coño hacíamos y alguna hasta entró en barrena y se le saltaron las lágrimas.

La opción ganadora fue irnos en el primer vuelo de la mañana (por la noche ya no había más) y buscamos un hotel para pernoctar cerca del aeropuerto. Nuestro despiste no nos salió excesivamente caro, pero la sensación de incompetentes, no nos la podíamos quitar.

Pelillos a la mar, decidimos comprar la cena en el aeropuerto para comérnosla en el hotel, que sabíamos que por el precio, no nos ofertarían demasiado. Y efectivamente, así fue. Un especie de casa a siete minutos en coche del aeropuerto, en la que debajo del nombre del hotel había cinco rombos a modo de estrellas que no sé muy bien qué significaba porque puticlub de categoría no era y hotel glamouroso, tampoco.

La habitación era de esas en las que prefieres no ducharte porque para elegir entre la mierda de los demás y la tuya, indudablemente, te quedas con la tuya. Teníamos hambre y había que montar el picnic y aunque no se podía comer en las habitaciones, nos dio igual. Lo hicimos en la cama de matrimonio, que las dos literas no eran demasiado apropiadas. Utilizamos dos toallas de mantel y ahí que nos pusimos a comer. Habían comprado en Madrid unos platos de cartón de estos de happy birthday, y qué momento fue aquel... Volvimos a celebrar el cumpleaños y nos dio igual haber perdido el avión, nos reímos de nuestra incompetencia y nos hicimos unas fotos para no olvidar el momento aunque creo permanecerá en nuestra retina.

Al día siguiente sólo teníamos que pasar nuestros cuerpos serranos por los controles, porque el día anterior habíamos facturado. Como teníamos tiempo, nos tomamos el desayuno en una cafetería de la terminal hasta que una se acercó a las pantallas y vio que en nuestro vuelo ponía closing gate. Me da ya vergüenza contarlo, pero tardamos un rato en procesar la información hasta que decidimos levantarnos con el desayuno puesto y buscar nuestra gate. Fue como si estuviéramos calentando... empezamos andando rápido hasta que nos pusimos a correr, claro. Nos potenciábamos y transmitíamos el miedo a perder el avión y conforme íbamos corriendo nos íbamos despojando de nuestro desayuno: primero el café, luego los cereales con leche mientras que se oían comentarios de... ¡No podemos perder otro avión! ¡No nos puede estar pasando esto! Y cuando llegamos a nuestra puñetera gate, ni siquiera estaban embarcando los pasajeros. Lo primero que se nos vino a la cabeza fue todo aquello que habíamos tirado en la carrera. También tuvimos la vivencia de poder haber perdido otro avión y aquello ya no hubiera tenido nombre ni hubiera sido gracioso.

Cuántas veces hemos pensado que determinadas cosas no nos ocurrirían jamás, pues ocurren, claro que ocurren. La celebración gitana de mis 34 no la olvidaremos en la vida.

No hay comentarios: