lunes, 7 de mayo de 2007

MAREA NARANJA


El deporte nunca me ha apasionado especialmente. Recuerdo en el instituto cuando teníamos que hacer la prueba de los doce minutos. Consistía en correr esos minutillos insignificantes y hacer mejor marca que el año anterior. Pero eso no me lo dijeron el primer año, así que cuando corrí, me dejé el higadillo... Y como consecuencia, me lo tuve que dejar en los años posteriores para superar mi irrisoria marca, que era requisito indispensable para aprobar. La sensación era muy desagradable: sentías como se te abrían los pulmones, las piernas te flojeaban y no podía más, pero literal. Una vez que el profesor te decía que ya había pasado el maléfico tiempo, caía rendida sin poderme mover. Él siempre decía que no paráramos y yo pensaba, sí, claro, si tuvieras tú mi malestar, ya veríamos qué hacías. Pero es que por aquel entonces no entraba en mi cabeza el concepto de entrenar, y aunque él intentaba durante todo el año que corriéramos en clase veinte minutos, en el momento que se despistaba, parábamos. Es como si nuestro cerebro no conectara el beneficio de entrenar con el resultado de la prueba.

Y así terminé tercero de B.U.P. e igual que otras afirmaciones tajantes y absurdas que tomé como consecuencia de la juventud, ahí me juré que no volvería a correr más, que no volvería a tener aquella sensación de no poder más. Pero una vez más la vida te enseña que todo es relativo y depende de color del cristal con que se mire, y que es mucho mejor no creer que existen verdades absolutas porque luego se vuelven contra ti.

Hace unos cuantos años volví a correr y tuve la misma sensación horrible. No sé muy bien qué me llevó a tomar esa decisión, pero debe ser que no estaba muy convencida porque creo que lo hice durante una semana. También es cierto que el entorno hacía mucho, ya que decidí dar vueltas a un campo de futbito, y aquello fue un soberano coñazo que me recordaba a mi odiada prueba.

He tenido aparcado este deporte hasta hace poco más de un mes. Coincidí en Semana Santa con gente que corría. Hablaban de aquello como algo que enganchaba y de sus innumerables beneficios, y yo que en algunas cosas soy un poco rápida en tomar decisiones, esa misma tarde me fui a comprar unas zapatillas, que por lo visto era un requisito indispensable. Hombre... yo ya lo sabía, pero nunca me atreví a tomar la decisión porque para mí, eso de la estética, es importante, y yo no había visto en mi vida unas zapatillas de correr bonitas. Y ahí que me fue a El Corte Inglés y me planté delante de las zapatillas de correr de mujer. Fue un momento un tanto peliagudo para mí porque mi misión era comprarme las menos feas, ya que el temita no daba para más. Y la verdad es que gastarte el dinero en algo que no te gusta, escuece... escuece mucho. Como mi decisión de empezar a correr había sido rápida, tampoco quise pensar mucho la adquisición de mis "zapas chungas de bacala".

Creo recordar que esa misma tarde o a la sumo, al día siguiente, las estrené. Tengo que decir que el entorno ayudó bastante, que estaba en la playa con un día soleado. Corrimos media hora con series de tres-tres, es decir, tres minutos corriendo, tres andando. El resultado fue bastante satisfactorio y me picó el gusanillo. Entonces, cuando llegué a Madrid, lo hice también por el Retiro, y poco a poco fui disminuyendo los minutos andados y aumentando los minutos corridos hasta la semana pasada que salté al vacío y corrí durante tres cuartos de hora. La verdad es que acabé un poco destrozadita, pero lo tenía que hacer, que me había inscrito para la carrera de la mujer que eran cinco kilómetros por el Retiro y me quedaba una semana.

Y llegó el día, y allí estábamos, fui con mi madre, mi hermana y una amiga. Nos enfundamos la camiseta naranja con nuestro dorsal de papel enganchado con alfileres (ya, ya... nada glamouroso) y nos pusimos en la salida, bueno, un poco lejos que éramos once mil quinientas y tampoco teníamos intención de ganar; nuestro lema era lo importante es participar y pasarlo bien. Y eso fue lo que hicimos. Fuimos a un ritmo lento pero constante, con lo que disfrutamos mucho. La gente te animaba y te sentías importante.

El perfil, ni que decir tiene, que era femenino, aunque había algún infiltrado, y el abanico de edades era de lo más amplio, desde bebés en sillas hasta abuelitas, pero abuelitas abuelitas. Fuimos pasando las señales de cada kilómetro recorrido y cada vez que llegábamos a cada punto que indicaba un kilómetro más, había una explosión de alegría. Y tengo que decir, que no se me hizo nada pesada y que como íbamos a un ritmo suave, podría haber corrido más, pero no hacía falta, que ya llegamos a la meta. Levantamos los brazos como si fuéramos ganadoras, porque para nosotras lo éramos. Lejos quedaba ya mi prueba de los doce minutos y mis sensaciones de no poder más.

La pena fue la organización cuando llegamos. Aquello fue tremendo. Éramos como borregos enjaulados entre vallas haciendo cola para recibir nuestro kit de recompensa. Seguro que se podría haber andado perfectamente por nuestras cabezas. Estuvimos esperando mucho tiempo, no sé decir exactamente cuánto porque no llevaba reloj, pero tuvieron que ser como mínimo cuarenta y cinco minutos. La gente se empezaba a poner nerviosa y empezaba a haber empujones. Como no veíamos nada, la marea naranja nos llevó a una parte donde estaban las bolsas en cajas pero sin nadie que las repartiera, así que el lema era "coge tu bolsa y sálvese quien pueda", y así hicimos para conseguir salir de aquel asfixie. Nos comimos un plátano que supo a gloria con una botellita de agua y luego hice algo nada deportista, me fumé un cigarrito que también me supo riquísimo.

La fiesta continuaba y allí estuvimos un rato más haciendo aerobic, pero la ingente masa no te dejaba hacer movimientos amplios como pretendía el animador, así que decidimos irnos a casita a descansar.

En fin, que creo que me he enganchado un poquito. Correré el fin de semana que viene y el siguiente y el siguiente y llegaré a la San Silvestre, que me han contado que es igual de divertida pero con mucha más gente. ¿Os animáis?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonita foto la de la barandilla.
¿Santander?

Alf.

Ana dijo...

La Concha, pequeño saltamontes...

Arantxa dijo...

La dichosa prueba de los 12 minutos se llama "Test de Cooper" y sí, también fue traumática para mí. Yo todavía no me he animado a volver a correr aunque después de leer tu historia quizzás lo haga...