viernes, 26 de enero de 2007

CRUEL AMISTAD POSITIVA

Cómo cambia y evoluciona el concepto de la amistad a lo largo de los años. La primera vez que fui consciente de lo que era la amistad, tenía once años, y mi amiga se llamaba Maite. Como la mayoría de los amigos a esa edad, íbamos a clase juntas. No recuerdo de qué hablábamos, pero me imagino que de tonterías supinas, y tampoco lo que hacíamos, pero sería ir al Burger King. Y los pocos años en los que tuve relación con ella fueron pasando. Y llegó el viaje de fin de curso de octavo. Justo antes de irnos me junté con otras amigas que no veían con buenos ojos a Maite porque no era guay, así que fue desterrada por ellas y por mí. Lo peor era que me daba exactamente igual porque ella no era guay (me pregunto qué significaría este concepto para mí); tenía la sensación de haber hecho un buen negocio, un cambio inmejorable. Tengo grabado en la mente estar en el aeropuerto y sus padres pidiéndome otra vez que volviéramos a ser amigas, pero yo me reía y decía que no; me daba igual porque me había dado cuenta que era tonta y sus lágrimas de cocodrilo no me afectaban en absoluto. Si recuerdo ese momento, me viene a la cabeza un monstruo que no sé de dónde me salió.

Durante ese último año, prácticamente no le volví a dirigir la palabra. Y el cole terminó, y nos fuimos al instituto, pero ya elegimos centros diferentes y le perdí la pista. Mis amigas guays desaparecieron con la misma fugacidad que habían llegado, pero tampoco le di demasiada importancia porque conocí gente nueva. Y seguí entrando y saliendo y pasándomelo bien hasta que un día volvió a mí, pero no recuerdo la causa. Me imagino que mi madre se encontró a su madre y ella me lo comentó. Maite estaba estudiando derecho como yo. Y me di cuenta de mi gran error, me di cuenta de que seguiríamos siendo amigas, me di cuenta de que me equivoqué.

Durante muchos años y esporádicamente seguí sabiendo de Maite, y con esa misma asiduidad seguía volviendo a mi mente sus lágrimas y lo que le hice sufrir. Ya sé que éramos niñas, dicen que los niños son crueles, pues yo lo cumplí a la perfección. Pero aquella niña que fui ya no estaba, y yo tenía que vivir con las consecuencias de sus fechorías. Aún así, tenía que hacer algo porque no podía soportar el recuerdo en mi mente. Me armé de valor y decidí llamarla porque también tenía su teléfono grabado a sangre después de tantos años; tenía que pedirle disculpas con 15 años de retraso. ¡Cuando dio la señal pensaba que el corazón me iba a estallar! Me cogió el teléfono su madre, Maite estaba en el gimnasio; le dije que no quería nada especial, sólo saber qué tal estaba. No fui capaz de volverla a llamar.

Y con los años, otro encontranazo de nuestras madres dejó salir a colación aquella llamada, aquella llamada que Maite no se atrevió a devolver porque le daba vergüenza, aquella llamada que no pude repetir.

Hace poco iba con mi madre en el coche y pasamos por la que ahora es la casa de sus padres, y no recuerdo si me dijo que se había encontrado a su madre o estuvimos hablando de Maite sin más. Y conseguí descansar, sí, sí, me dijo que cuando estuvo hablando con ella, había dicho que yo era buena pero que las otras me malmetieron y que Maite sabía que yo lo había sentido con los años. ¡Dios! Fue mi absolución. Necesitaba ser conocedora de aquella información que me liberaba de años de angustia.

Aprendí bien la lección y no he sido consciente hasta hace relativamente poco de la repercusión que tuvieron en mí estos acontecimientos. Y lo que no saben mis amigos, puede ser que lo intuyan aunque no el motivo, es la suerte que tienen porque me volví casi incondicional; por supuesto, con mis mil quinientos defectos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo, históricamente, he tenido una atracción natural por los más raros.
Siempre me han llamado la atención los frikis, incluso cuando no se les llamaba frikis.
Me parecían más interesantes, menos previsibles.
Y de ahí, de los más raritos, he sacado grandes amigos.
Aunque claro, todo esto me hace pensar que si me atraen los raros, es porque yo soy raro.
Pero esa es otra.