lunes, 15 de enero de 2007

PAGUÍS

No es que me haya recorrido el mundo entero y pueda comparar mucho, pero París me ha dejado anonadada, y no digamos su Torre Eiffel. Qué exaltación nerviosa, qué ansiedad de querer disfrutar, y por supuesto, conseguirlo. Pero lo hice a mi manera, ¿cuál es la buena? ¿hay forma correcta? Mi objetivo: ver todo lo posible; propósito: conseguido (casi).

Qué confortante es viajar acompañada, ya se me había olvidado. Se puede comentar todo y hace que las vivencias compartidas parezcan mayores. No soy padre, por tanto, no he comido huevos, pero debe ser impresionante ver la cara de tus hijos el seis de enero (estoy segura de que disfrutan más los que comen huevos); debe ser la misma sensación: ver a alguien que disfruta, hace que tu experiencia sea más real. También hay ocasiones en las que al disfrutar sólo de tu propia compañía, los hechos se hacen muchos más intensos. Recuerdo este verano en Canadá que, en ocasiones, me sentí absolutamente libre y feliz arropada de soledad.

Pero no nos desviemos de la protagonista, París, y voy más allá: la Torre. No os podéis imaginar el efecto que ha producido en mí. La primera vez que la vimos fue el viernes por la tarde y era muy muy pequeñita. No sé por qué pero pensé: existe; pues claro que existe, ya lo sé; pero hay veces que necesitas ver con tus propios ojos. Como auténticos mihuras nos dirigimos en autobús a su encuentro, y nos bajamos al lado de unos edificios que estaban muy cerca de ella, pero nos impedían verla porque estábamos inmersas en la altura de las delicadas construcciones parisinas. Y llegó el momento en el que apareció... Cómo algo tan sólido, tan frío, tan abarrotado de gente, tan estático podía guardar esa magia, cómo podía estar produciendo ese efecto inimaginable en mí si la había visto millones de veces en fotos, en películas, en noticias, en documentales... Me sentí como el que prueba el primer pico, como el adolescente que da su primer beso, como la madre que mira a su bebé nada más dar a luz, como el que consigue lo quiere cuando piensa que todo está ya perdido; es una fuerza interna que es producida por algo ajeno a ti, no es una recompensa después de un esfuerzo, es un regalo que no esperas, es un sentimiento que mezcla asombro y sorpresa. Y desapareció el gentío, el ruido, el frío, la humedad, el agotamiento, el dolor de espalda. En cada piso que subía me quedaba embobada mirándola; de verdad, no me lo podía creer, qué iluminación, qué estructura, y no podía parar de hacer fotos, y todas parecían iguales pero para mí eran diferentes. Y para colmo, de repente se ilumina de inmesas luces blancas intermitentes que a la vista se convierten en diminutos guiños de ángeles. Sentí que flotaba, no quería que se acabara nunca ese momento, y de vez en cuando la nicotina conseguía que fuera más intenso. Estábamos en la segunda planta y cuando decidimos bajar a la primera por las escaleras, nos cerraron el acceso, así que fuimos escupidos a la realidad. Mi romance se había terminado, pero la miraba para poder revivir la misma sensación. Y lo repetí el sábado y el domingo cuando la volví a ver de lejos, y no pude evitar acercarme otra vez. Y cuando no la veía, miraba las fotos.

El resto de la ciudad tocó mi fibra sensible, pero de vez en cuando me venía a la cabeza , y tenía que ver las fotos para sentirme más cerca, para que me confirmaran que fue real.

2 comentarios:

Ana dijo...

Yo fui testigo del shock que te produjo la Torre Eiffel.
Al principio parecía igual que el mío, pero pasado el tiempo, el tuyo continuaba y el mío se diluía. A mi me empezaba a pesar más el cansancio, que el acercarme para volver a verla de día y el acercarme para volver a verla de noche.
Pero a ti no. A ti al contrario. Daba gusto verte.
Gracias por lo que dices de viajar acompañada. Sé que en ocasiones te resulté un coñazo, por mi paso lento, mi cansancio, mi hambre y mi confit de canard... pero desde luego que para mi también fué un placer. Y si tu disfrutaste viéndome como disfrutaba imagina cómo disfruté viendo cómo disfrutabas.

Alf dijo...

Esta entrada tendría que estar subvencionada por la Oficina de Turismo de París, por Air France, por Miterrand, por el inventor del crepe.
Por Zinedine Zidane, por Duquese.
Por Joseph Ignace Guillotin, por Napoleón, por Tolouse-Lautrec.
Por los hermanos Lumiere
Por el Gallo.
Por Luis XVI.
Todos los franceses te deben mucho.
Deberían hacer una colecta y pagarte otro fin de semana.
Y otra cámara.